La sombra de la guerra comercial, esa pulseada de aranceles y amenazas entre los pesos pesados de la economía mundial, Estados Unidos y China, se alarga y empieza a tocar sectores que, a primera vista, quizás no relacionamos directamente. Pero ojo, que las placas tectónicas de la economía están interconectadas de maneras que a veces nos sorprenden. Y una de esas conexiones directas, sin escalas, la siente en carne propia un actor clave en la economía latinoamericana: Colombia.

El punto de partida, como bien lo señalamos, es esa política de "America First" a golpe de arancel de Donald Trump. Una estrategia que, más allá de sus intenciones, ha sembrado una incertidumbre global que se palpa en el aire. Las grandes potencias se miran de reojo, las cadenas de suministro se resienten y las expectativas de crecimiento económico para el futuro cercano empiezan a desinflarse como un globo pinchado.

Y aquí es donde entra en juego el oro negro, el petróleo. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Pues mucho más de lo que parece. Resulta que cuando las perspectivas de la economía mundial se nublan, la demanda de energía, esa savia que mueve la maquinaria industrial y el transporte global, tiende a frenarse. Menos crecimiento significa menos fábricas a pleno rendimiento, menos gente viajando, menos necesidad de combustible.

La Agencia Internacional de Energía (AIE), esos señores que se dedican a ponerle números al complejo mundo energético, lo ha dejado bien clarito. Sus proyecciones de demanda de petróleo para el 2025 han sufrido un recorte importante. Hablamos de 300.000 barriles diarios menos de lo que se esperaba hace apenas unas semanas. Un ajuste que, aunque pueda parecer una cifra abstracta, tiene un eco profundo en los países productores.

Y es ahí donde Colombia se sitúa en el centro del huracán. Para nadie es un secreto que la economía colombiana tiene una dependencia significativa de los ingresos que genera la exportación de petróleo. El crudo es uno de sus principales productos de venta al exterior, una fuente vital de divisas que luego se traducen en inversión, gasto público y, en última instancia, en el bienestar de sus ciudadanos.

Entonces, si la demanda global de petróleo se reduce y, como consecuencia lógica, los precios internacionales tienden a bajar, las cuentas de Colombia empiezan a temblar. Un año con el barril de Brent o de WTI cotizando a la baja puede significar un agujero considerable en el presupuesto nacional. Menos ingresos por exportaciones petroleras implican menos recursos para financiar proyectos sociales, infraestructura, educación, salud... La lista es larga.

La posibilidad de que se "descuadren las cuentas", como bien se dice, es real y preocupante. Un mayor déficit fiscal obligaría al gobierno a tomar medidas difíciles, quizás a recortar gastos o a buscar otras fuentes de financiación, lo que a su vez podría tener un impacto en el ritmo de crecimiento económico del país.

En otras palabras, la guerra comercial que se libra a miles de kilómetros de distancia tiene un efecto dominó que llega hasta las entrañas de la economía colombiana, a través de su dependencia del petróleo. La incertidumbre generada por los aranceles de Trump no solo enfría las expectativas de crecimiento global, sino que también pone en la mira el futuro de un sector crucial para la estabilidad financiera de la nación sudamericana. Los colombianos, sin duda, estarán siguiendo de cerca cómo evoluciona esta partida de ajedrez global y cómo termina afectando su bolsillo. Porque en este juego de la economía mundial, nadie está realmente aislado.

La complejidad de esta situación resulta particularmente intrigante. Por un lado, la política de un líder que aboga por la producción nacional estadounidense y la reducción de la dependencia de fuentes externas, paradójicamente, genera un contexto global que podría golpear a un aliado regional como Colombia, cuya economía se nutre, en parte, de la exportación de un recurso energético globalizado. Es un efecto bumerán inesperado, donde las acciones proteccionistas de un gigante terminan afectando a socios comerciales que, en principio, no son el objetivo directo de sus medidas.

Colombia, a pesar de sus esfuerzos por diversificar su economía, aún se encuentra atada a los vaivenes del mercado petrolero internacional. Esta coyuntura pone de manifiesto la lentitud y la dificultad de desprenderse de un modelo económico históricamente construido en torno a la extracción y exportación de hidrocarburos.

¿Y qué puede hacer Colombia ante este panorama? Las opciones no son sencillas ni inmediatas, pero existen caminos que el país podría explorar o fortalecer. Una vía crucial es, sin duda, la diversificación de su matriz productiva y de sus exportaciones. Reducir la dependencia del petróleo a largo plazo implica apostar por otros sectores con potencial de crecimiento, como la agricultura de alto valor, el turismo sostenible, la tecnología y los servicios especializados. Este proceso requiere inversión, políticas públicas de apoyo y la creación de un entorno favorable para la innovación y el emprendimiento.

Otra estrategia importante podría ser el fortalecimiento de sus relaciones comerciales con otros mercados, buscando alternativas a la demanda que potencialmente se contraiga en los países directamente afectados por la guerra comercial. Explorar acuerdos bilaterales o regionales con economías en crecimiento y con una demanda energética sostenida podría mitigar el impacto de la incertidumbre global. 

Asimismo, Colombia podría revisar y optimizar su política fiscal y su gestión de ingresos provenientes del petróleo. Establecer mecanismos de ahorro más robustos en épocas de bonanza y desarrollar estrategias para mitigar los efectos de la volatilidad de los precios del crudo se vuelve fundamental para proteger las finanzas públicas en escenarios adversos.

Finalmente, aunque no menos relevante, es la inversión en energías renovables. Si bien la transición energética es un proceso a largo plazo, sentar las bases para una economía menos dependiente de los combustibles fósiles no solo es crucial desde una perspectiva ambiental, sino también desde una óptica de seguridad económica y resiliencia ante las fluctuaciones del mercado petrolero global.

En este contexto complejo y lleno de paradojas, Colombia se enfrenta al desafío de navegar las aguas turbulentas de una guerra comercial ajena, pero con consecuencias directas en su economía. Definitivamente, la respuesta a esta coyuntura requerirá visión estratégica, políticas coherentes y la capacidad de adaptarse a un mundo cada vez más interconectado e incierto. 

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